El regreso del antisemitismo
28 October 2009
En el Royal National Theatre de Londres hay en cartel una obra, «Our Class» (Nuestra clase), que está atrayendo mucho público. Narra la masacre de 1.400 judíos en la ciudad polaca de Jedwabne, en el noreste de Polonia, en 1941. Estos judíos no fueron víctimas de los nazis. Fueron asesinados por polacos en un arrebato de locura antisemita desencadenado por los horrores de la ocupación germano-rusa de Polonia después de 1939. La obra gira en torno a la vida de 10 polacos católicos y 10 polacos judíos que estaban juntos en la misma clase, hasta que un grupo se volvió contra el otro.
En la historia del Holocausto, la matanza de Jedwabne es un incidente secundario. Pero después de 1945, el Gobierno comunista polaco la ocultó durante décadas porque no podía soportar la incómoda verdad de que los polacos hubieran exterminado a judíos, y no sólo a nazis. En 2001, el entonces presidente de Polonia Alexander Kwasniewski fue a Jedwabne a pedir perdón por lo que se hizo a los judíos de la ciudad en 1941.
Fue atacado por políticos locales liderados por el ultranacionalista Michal Kaminski, que había sido miembro del antisemita y racista Narodowe Odrodzenie Polski (Renacimiento Nacional de Polonia) antes de pasarse a una política más convencional, pero todavía de la derecha dura.
A Kaminski podría considerársele uno más de los muchos políticos de derechas de ideología antisemita si no fuera porque ahora lidera una agrupación política en el Parlamento Europeo que incluye al Partido Conservador británico. Los colegas parlamentarios de Kaminski son invitados habituales de Radio Maryja, la emisora de radio católica de Polonia que el Vaticano ha tratado de cerrar debido a su propaganda antijudía. Hungría ha enviado a tres diputados del Partido Jobbik, que es abiertamente antisemita. Se han unido al amigo de Kaminski que milita en el Partido de la Libertad letón, Robert Zile, cuya política incluye honrar a los voluntarios letones de las Waffen SS, cuyo historial era igual de malo que el de los alemanes nazis en lo que a matar judíos se refiere.
De ahí el nuevo panorama del proceso parlamentario europeo, en el que se da al antisemitismo un carácter banal y se considera una política tolerada. El Partido Nacional Británico se ha asegurado la elección de su líder, Nick Griffin, al Parlamento europeo. Griffin es conocido por negar el Holocausto y en su granja tenía dos cerdos a los que llamaba «Ana» y «Frank». La única obra suya que se ha publicado se titula «Quiénes son los que doblegan las mentes» y en ella afirma que un grupo de presión judío secreto controla los medios de comunicación británicos.
Los sindicatos británicos han instado a boicotear a Israel aunque en Israel se critique lo que hacen su Gobierno y su ejército más que en cualquier otro país del mundo. A estos mismos sindicatos jamás se les pasaría por la cabeza pedir que se boicotee a los Estados árabes represivos, pero cuando se trata del único Estado judío en el mundo se aplica un doble rasero.
Muchos políticos europeos siguen sin frenar o cuestionar el clásico antisemitismo estatal que expresan los discursos del presidente iraní Ahmadineyad o el que los saudíes financien una red de mezquitas wahabíes en Europa en las que se predica el odio contra los judíos e Israel.
Apenas se ha dado publicidad a la lluvia de miles de misiles que los matajudíos de Hamás lanzaron sobre el sur de Israel. Cuando un número mucho menor de misiles V1 y V2 cayeron sobre Londres en 1944, la respuesta británica fue bombardear Hamburgo, provocando 50.000 víctimas civiles, y más tarde envolver Dresde en llamas, causando la muerte de 35.000 niños, mujeres y no combatientes.
Pero cuando los soldados israelíes tratan de poner fin a los ataques de misiles contra sus mujeres y niños, el mundo se apresura a condenarlos y se traga la propaganda de Hamás, ya que la nueva ideología antisemita sostiene que los judíos de Israel no tienen derecho a la defensa propia.
Una forma más perniciosa de antisemitismo es considerar a todos los judíos responsables de lo que sucede en Israel y retratar al Estado judío como una entidad nazi o partidaria del apartheid. A los católicos irlandeses en Gran Bretaña no se les culpa del terrorismo del IRA y a los ciudadanos vascos no se les mira con desprecio debido a las matanzas del grupo terrorista y fascistoide ETA. Pero a los judíos se les hace creer que, a menos que denuncien a un país por el que sienten una afinidad natural y normal, son responsables en conjunto de los excesos, errores y crueldades que efectivamente tienen lugar en los territorios ocupados.
Estas fuerzas componen un nuevo antisemitismo, con sus diputados, su moderna paranoia de la conspiración sobre un lobby judío secreto que maneja todos los hilos, sus ataques contra los judíos en las calles de su respectivo país, y el apoyo a Estados poderosos con dinero para despilfarrar en la promoción del odio antisemita.
Éste no es el antisemitismo nazi o de los pogromos en el imperio ruso, o el omnipresente fanatismo antijudío del comunismo soviético. Pero la ideología, la teoría y la práctica del antisemitismo del siglo XXI es ahora parte de la política europea actual. ¿Cuándo se plantarán los políticos europeos y adoptarán medidas para derrotar a los antisemitas antes de que adquieran todavía más fuerza?